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Sobre liberalismo: un esbozo

por Francisco Javier Gómez Rodríguez

Bosquejo de una interpretación de los liberalismos

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“La tradición desarraiga tan hondamente la historicidad del Dasein, que éste no se moverá ya sino en función del interés por la variedad de posibles tipos, corrientes y puntos de vista del filosofar en las más lejanas y extrañas culturas, y buscará encubrir bajo este interés la propia falta de fundamento”
(Heidegger, p.32)


El sentenciar la historia de los últimos 200 años como una “obsesión con la libertad” puede, aparentemente, resultar bastante necio e incluso puede ser tomado como una ofensa al “humanismo” o a la “democracia”. Sin embargo, no es por casualidad o por odio o lo que podría ser un juicio afectado por la “locura” que puedo aseverar tal sentencia, sino que quizás hay como trasfondo una causalidad, pero esto, por ahora, no tiene mucha importancia aclarar. Tampoco es que cualquiera pueda llegar a tal sentencia, pues tal sentencia sólo podría cultivarse bajo ciertas condiciones.

Para abordar la libertad podríamos remontarnos a los años anteriores a cristo, pero el cometido de este ensayo no es el realizar una mera historiografía de la libertad, sino dilucidar y sacar a la luz las consecuencias que ha provocado el liberalismo tanto en el pensamiento político moderno como en el pensamiento “corriente” de la sociedad y las afectaciones en su fisiología, y así desarraigar la “libertad” como el valor o uno de los valores supremos. Que quede claro que este no es un intento de desaparecer dicho valor, sino de darle su correspondiente lugar.

Libertad y derecho: una unidad

La libertad toma forma en el derecho y se funda en el derecho. Hegel reconoce dos tipos de derechos: los justos y los injustos. Los justos tienen el carácter de ser “universalmente válidos y reconocidos”; los injustos son aquellos en los que el individuo piensa para sí mismo la libertad (2005, p. 49). Lo “universalmente válido y reconocido” podría reconocerse como el “bien común”, sin embargo, Hegel da a conocer esto como la “sustancia del derecho”, con lo cual justifica al Estado, contraponiendo al individuo. Así, el Estado consolida su libertad, obtenida del derecho. El derecho tiene el carácter de ser jurídico, es decir, queda plasmado en leyes y normas sobre un papel, que, como hemos dicho, es “universalmente válido y reconocido” con base en la razón.

Ahora bien, aquí queda mostrado que el individuo queda sujeto al Estado, está más allá de él, se presenta como un “otro”. Esto no es característico exclusivamente de la teoría filosófica de Hegel, sino que antecede a los filósofos iusnaturalistas y iuspositivistas. El primero en distinguir ese “otro”, en el siglo XVI, fue Maquiavelo, distinguiendo las reglas que desenvolvía la “política” de su tiempo (Sartori, 1979).

Como un “otro”, el Estado conserva el monopolio del poder legitimado (Weber, 1919), que, además de velar por la permanencia de las naciones, asegura el derecho de sus súbditos. El derecho de los súbditos es representado con el status de ciudadano, status que es de carácter jurídico. Este status está integrado por tres tipos de derechos: civiles, políticos y sociales. Estos derechos no surgieron espontáneamente ni al mismo tiempo. Si con el renacimiento apareció una primera ola de liberalismo, secularizando la política y dando origen al Estado, una segunda ola ocurrió en la época de la ilustración que originaría la revolución francesa (1789) que estableció los primeros derechos del hombre y el sufragio universal, con ello el comienzo del desarrollo de la democracia impulsada por la izquierda. Durante el siglo XIX los derechos políticos del ciudadano comenzarían a consolidarse, y en siglo XX los derechos sociales (Hernández, 1997; Marshall, 1949).

Liberalismo político y social

Una vez establecidos los derechos políticos como el derecho de asociación y la elección de gobernantes, a mitad del siglo XIX surgieron los partidos políticos, comenzando con los partidos de cuadros conformados por los intelectuales burgueses que pertenecían a los parlamentos. Con el desarrollo de la revolución industrial, que incrementó la tasa poblacional de los Estados occidentales, surgieron los partidos de masas que representaban al sector obrero cuya característica principal era la ideología comunista y socialista. Estos partidos confrontaron al Estado a inicios del siglo XX dado que la relativamente joven democracia aún no aseguraba sus principios de soberanía del pueblo, igualdad y libertad en comparación con las élites burguesas. Las consecuencias de esto provocaron la primera y segunda guerras mundiales.

Dadas las graves consecuencias de las guerras, los países aliados, poco antes del fin de la segunda guerra mundial, formularon e implementaron un régimen socialdemócrata, enfatizado en el liberalismo social, es decir, la implementación de derechos sociales como el acceso a la educación y a la salud y el acceso al consumo de la producción capitalista, garantizado por el Estado, al cual nombraron WalfareState, y así contrarrestar los embates de la izquierda más radical y el fascismo (Martínez, 2019).

Durante el desarrollo del Estado socialdemócrata (izquierda capitalista), en su interior, los partidos políticos fueron adaptándose más a la sociedad que al régimen, convirtiéndose en partidos catch-all (Kirchheimer, 1980). Estos partidos pretenden atrapar las demandas sociales para acaparar el mayor número de votos y así hacerse del gobierno.

Individualismo

La sociedad, siendo lo otro, lo diferente al Estado, y sufriendo el cambio generacional dentro del progreso del Estado de Bienestar, fue liberalizándose al grado de fragmentarse: por un lado, la generación mayor arraigada en una tradición conservadora (religiosa y moral) y, por otro lado, las nuevas juventudes crecidas en una nueva cultura (drogas y rock and roll). El cambio generacional y el propio progreso del WalfareState contribuyeron a la crisis de las socialdemocracias al final de los 60’s del siglo XX (Martínez, 2019). La nueva sociedad no buscaba únicamente liberarse del Estado, sino también de la sociedad misma, aquella sociedad vieja y tradicionalista.

Con la crisis que sufrió el Estado socialdemócrata se dio el ascenso del neoliberalismo, programa intelectual y político (Escalante, 2015) que, con la institucionalización de un régimen demócrata liberal y la liberalización del mercado, aseguraría la realización del individuo, así como acceso efectivo a la libertad, la igualdad y la autodeterminación. Aquello que el Estado socialdemócrata y la sociedad no podían asegurar ante las exigencias de una juventud contracultural y que provocaría el surgimiento de la cultura punk que rezaría el “do it yourself”, el modelo neoliberal, de origen de derecha, seduciría a la NewLeft y comenzaría la liberación del individuo, el individualismo.

Populismo

Relativamente, no tardaría en entrar en crisis la democracia liberal y sus instituciones. El libre mercado, hacia inicios del siglo XXI, ahondaría los niveles de pobreza de los ciudadanos, el desempleo y la violencia, contraponiendo a las “sociedades” individualistas, aún más, al Estado. Los partidos políticos catch-all, que asegurarían el ejercicio democrático en las elecciones, ya no representarían de forma eficiente a la sociedad, pues se concentrarían más en la obtención de votos para hacerse del gobierno que de la formulación de un programa político.

En respuesta a esto, los ciudadanos, inconformes con el programa neoliberal, se han manifestado en contra del Estado y de los gobiernos, confrontaciones que han sido pacíficas y violentas que se han consumado con muertes.

El debate de los teóricos gira en torno a si el populismo es positivo o negativo para la democracia. Para el caso positivo, el populismo alentaría a la sociedad a ser partícipe activamente de la democracia; para el caso negativo, el populismo desmantelaría las instituciones democráticas como los partidos políticos y centralizaría el poder en el ejecutivo, convirtiendo así el régimen en una autocracia (Aragón, 2021).

Conclusión

Si bien, el neoliberalismo permite el liberalismo del individuo, es decir, hacer borrosos los lazos que lo sujetan al Estado y la sociedad, la consecuencia de esto es que el status de ciudadano, que integra los derechos civiles, políticos y sociales, se desdibuja, reduciendo a éste a un mero residente (Ortiz, 2021). Como respuesta a los problemas de la democracia liberal y auge del populismo, los teóricos democráticos insisten en hacer énfasis en los problemas sociales que aquejan el sistema democrático, cuyas propuestas consisten en elaborar políticas sociales que fueron poco a poco socavadas con el desarrollo del neoliberalismo ¿El retorno a políticas sociales realmente solucionaría los problemas que ha provocado el neoliberalismo y rescataría la democracia? ¿Las llamadas políticas sociales no es socialismo puro y no tienen realmente ninguna relación con la política?

En el desarrollo de este ensayo se han mostrado diferentes liberalismos (que no quepa duda que faltaron por mencionar otros). Las diferencias que los distinguen empujarían a abordarlos separadamente y pensar que no tienen relación alguna entre ellos, sin embargo, comparten un elemento común, la supremacía de la libertad ¿no es aquí donde los teóricos deberían dirigir la mirada? Esta liberación lleva a identificar “un otro”, sobre el cual se implanta con soberanía (y poder). Aquí mismo se han mostrado “tres otros”: el Estado, la sociedad y el individuo. Cada uno de ellos busca imperar sobre los otros; en esto surge un problema de soberanía. Hace casi 100 años, Schmitt (2009) ya había escrito que el problema del liberalismo consistía en considerar el Estado como “lo otro” y el apego a lo jurídico, lo que condicionó el preguntarse por el problema de la soberanía. Según él, al asomarse al “estado de excepción” el problema puede abordarse. Pero, ¿al asomarnos al “estado de excepción” no es asomarnos al mundo mismo? ¿no es en ese lugar donde se puede encontrar el sentido del mundo? Ese lugar nos abre el mundo. Una de las pequeñas cosas que apenas podemos notar en él es que el liberalismo, llevado hasta el individualismo, ha llevado a un abuso de lo que creemos merecer por derecho, no importa ya si es justo o injusto el derecho que se exige, sino que hay contradicciones como el querer al Estado por creerlo garante de velar por tales derechos y a la vez detestarlo por “apretar” la individualidad o por no ser capaz de asegurar. Ciertamente, esto mostrado apenas nos empuja a mirar en otra dirección más profunda.

Referencias


Cómo citar:

Gómez, F. J. (31 de mayo de 2021). Sobre liberalismo: un esbozo. Itztli. [URL].

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